A veces nos pasa, chatito… sin darnos cuenta empezamos a cargar un costal emocional que no era nuestro, o que sí era nuestro pero lo llevamos como si fuera una maldición eterna. Y lo peor: nos acostumbramos al papel de víctima como si fuera un suéter viejo que ya huele raro, pero nos da “confort emocional”. Y mira que uno sabe que eso no nos deja crecer… pero ahí estamos, repitiendo pensamientos grises como si fuéramos DJ del drama interno.
Y aquí viene lo bueno: no estás roto, no estás perdido, no hiciste nada “malo”. Solo te pasó lo más humano del mundo… y justo por eso hoy vale la pena despertar.
Desde la Kabbalah, desde la psicología, desde el taoísmo, desde el simple sentido común de la vida diaria, hay un punto clave:
Quien se victimiza se apega al dolor.
Quien se responsabiliza se conecta con la vida.
Y lo digo con cariño, no con regaño. Porque si algo he visto en consulta, en clases, en terapias y en mi propia historia, es que todos hemos sido víctimas alguna vez… pero quedarnos ahí es como quedarse viviendo en un cuarto oscuro cuando afuera hay sol esperándote.
¿Por qué la victimización duele tanto?
Porque no es solo un pensamiento.
Es un hábito mental.
Es una postura energética.
Es una forma de respirar la vida desde el encorvamiento.
La persona que se victimiza:
Se apega al dolor y lo multiplica. Busca lugares donde va a sufrir (aunque diga que no quiere). Mantiene un “loop” de pensamientos negativos. Necesita atención, validación o rescate. Perpetúa emociones viejas que ya deberían estar jubiladas.
Desde la psicología es clarísimo: repetir historias dolorosas activa sistemas de estrés y refuerza conexiones neuronales de miedo, frustración y resentimiento.
Desde la Kabbalah, se dice que uno se desconecta de la Luz y entra en un estado de Maljut vacío, donde el mundo interno se llena de carencias imaginarias.
Y desde el taoísmo, es como pelear con un río: te desgasta, te hunde y jamás te deja fluir.
La trampa energética del papel de víctima
Ser víctima, sin querer, trae “beneficios secundarios”:
Te da excusas, te da un lugar, te da atención, te evita tomar decisiones…
pero te roba algo infinitamente más valioso:
tu propio poder.
Porque cuando dices:
“Es culpa de él”,
“Es la vida”,
“Es que siempre me pasa”,
…estás poniendo el volante de tu existencia en manos de cualquiera menos en las tuyas.
Y aquí está el punto central del día:
Cada vez que culpas, le entregas tu vida a otro.
Cada vez que te responsabilizas, vuelves a casa.
Madurar es hermoso: deja de ser víctima, conviértete en copiloto
Y lo digo intencionalmente: copiloto, no piloto.
¿Por qué?
Porque la vida trae curvas, vientos, sorpresas, regalos, lecciones, y no todo lo controlamos.
Pero sí controlamos cómo respondemos.
Sí controlamos nuestro camino interno.
Sí controlamos en qué dirección queremos crecer.
La responsabilidad no es “culpa”.
La responsabilidad es amor.
Cuando te responsabilizas:
recuperas tu libertad, reconoces tu valor, activas tu crecimiento, mejoras tus relaciones, te vuelves emocionalmente adulto, y lo más importante… te vuelves dueño de tu historia.
Y créeme, desde ese lugar, la vida cambia.
Te lo digo porque lo vivo en mí, lo he visto en alumnos, en pacientes, en amigos…
Cuando alguien deja de repetirse mentalmente:
“Pobrecito yo”,
y empieza a decir:
“Yo puedo con esto”,
todo su Qi, su Luz, su energía y su destino se alinean.
El paso de hoy: deja la victimización por amor propio
Hoy hazte este regalo.
No para ser perfecto, sino para ser libre.
Di contigo mismo:
“Hoy ya no me victimizo.
Hoy tomo mi lugar.
Hoy soy responsable.
Hoy soy copiloto de mi vida.
Hoy crezco.”
Eso es madurez.
Eso es amor.
Eso es despertar.
Y honestamente, eso es empezar a vivir de verdad.
Y justo por eso, hoy es un buen día para comenzar.




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