A ver, te voy a decir algo que quizá ya intuías en el fondo del pecho, pero que a veces olvidamos por andar sobreviviendo el día: cuando una persona se atreve a hablar desde el corazón… realmente empieza a sanar. Y cuando alguien escucha con calma, sin juicios, sin intentar corregir, solo acompañando… ese alguien también empieza a sanar. Porque ver a otra persona liberar lo que trae atorado te recuerda que tú también puedes hacerlo. Y que no estás solo en este viaje de emociones que a veces pesan más que la mochila del gimnasio un lunes.
Lo he visto una y otra vez en consulta, en clases, en pláticas profundas a la mitad de un café: el que habla desde el corazón se vuelve un maestro silencioso. Un maestro sin título, sin diploma, pero con una verdad tan honesta que vale la pena escuchar. Y cuando esa verdad se libera, aunque sea un poquito, el Universo completo mejora. Sí, literal: cuando un alma sana, el orden natural del mundo se acomoda un poco más. Y como nosotros somos parte de ese Universo, el impacto nos llega de regreso multiplicado.
La sanación empieza con aceptar. Aceptar lo que sientes. Aceptar que duele. Aceptar que estás cansado. Aceptar que extrañas, que te enojas, que te da miedo. Y cuando lo aceptas y lo dices en voz alta, te colocas automáticamente en el camino de la sanación. No porque mágicamente desaparezca el dolor, sino porque dejas de cargarlo solo.
Yo realmente creo —y lo digo desde años de escuchar historias, acompañar procesos y ver cambios profundos— que hablar de nuestros dolores es medicina pura. Que callar es la forma más fácil y rápida de enfermarnos. Las emociones no desaparecen nomás porque las ignores; se van al cuerpo, buscan un rincón donde esconderse, y tarde o temprano se manifiestan en síntomas, tensiones, enfermedades o explosiones emocionales.
Por eso necesitamos una sociedad que escuche más. Que deje de ver las emociones como “dramas”, “exageraciones” o “cosas de débiles”. Que fomentemos entornos donde la gente pueda hablar sin sentir vergüenza. Y sí, esto tendría que empezar en casa: en cómo hablamos con la pareja, cómo escuchamos a los hijos, cómo nos abrimos con los amigos. Y desde ahí, llevar esa cultura hasta los espacios laborales, donde tantos dolores se guardan por miedo a ser juzgados.
La verdad es que estamos en un momento donde más que nunca urge crear espacios seguros para hablar. Estamos llenos de ansiedad, estrés y emociones acumuladas, porque la gente se traga lo que siente pensando que “así toca” o que “no es para tanto”. Pero cada vez que alguien se atreve a romper el silencio, a decir “me duele esto”, “estoy pasando por esto”, “necesito apoyo”, nos abre una puerta a todos. Nos muestra un camino.
El mundo necesita más personas que hablen con el corazón… y más personas que sepan escuchar sin juzgar.
Y quizá —solo quizá— tú puedas empezar esa transformación hoy. Con una conversación sincera. Con un “aquí estoy, cuéntame”. Con un “yo también necesito hablar”.
Porque cuando uno sana… todos sanamos tantito. Y eso, créeme, cambia el Universo.




Deja un comentario