“Reflejar lo Divino: La Sabiduría de la Luna sobre el Agua”

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Hay una enseñanza silenciosa y profunda en la imagen de la luna reflejándose sobre un lago tranquilo. La luna no hace esfuerzo por mostrarse, y el agua no intenta reflejarla. Simplemente, cuando el lago está en calma, la luna aparece con toda su claridad. Así también ocurre con nuestra mente: cuando está serena, el reflejo de lo divino se manifiesta sin esfuerzo.

Vivimos rodeados de ruido, de pantallas, de mensajes que exigen atención y de una sensación constante de tener que “hacer más”. En medio de esa agitación, es normal que nuestra mente se sienta como un estanque agitado por el viento: imposible ver el fondo, imposible reflejar nada. Pero cuando nos damos un momento para la soledad, sin distracciones ni exigencias, algo dentro de nosotros empieza a asentarse. La respiración se vuelve más lenta, los pensamientos se aquietan, y poco a poco, aparece el reflejo: la claridad, la comprensión, la conexión con lo sagrado.

En Tai Chi y en la meditación taoísta, esta idea se vive en movimiento. No se trata de detener el mundo exterior, sino de dejar que el mundo interior encuentre su equilibrio. Tal como el agua busca su nivel de manera natural, la mente también tiende hacia la calma si se le permite estar tranquila. No hay que forzarla. Cuando intentamos “obligarnos” a estar quietos, nos agitamos más. La quietud genuina surge sola, cuando dejamos de resistir y simplemente estamos.

Piensa en esas veces en que has estado junto al mar o frente a una montaña. No hiciste nada especial, solo observaste, y sin darte cuenta, tu mente se alineó con el silencio. Ese instante es el reflejo del Tao: un estado donde no hay lucha, donde la mente y el universo respiran al mismo ritmo.

Lo curioso es que en ese estado no necesitamos “buscar a Dios” ni “alcanzar la iluminación”. Como la luna, lo divino siempre está ahí. Somos nosotros los que, con nuestros pensamientos, deseos y prisas, agitamos la superficie y perdemos la claridad del reflejo.

Por eso, la práctica es sencilla y poderosa: siéntate. Permite que tus aguas internas se calmen. No intentes controlar el pensamiento, solo obsérvalo hasta que se disuelva. Verás cómo, poco a poco, la mente se vuelve transparente y el alma se ilumina por sí sola.

Hoy, más que nunca, necesitamos esos momentos de soledad consciente. No para escapar del mundo, sino para volver a él con más luz. Cuando tu mente refleja lo divino, tus acciones también lo hacen. Tu presencia se vuelve calma, tus palabras traen paz, y tu energía armoniza a los demás sin que tengas que decir nada.

Así que la próxima vez que te sientas abrumado, recuerda la luna sobre el agua. No se trata de luchar contra el ruido, sino de dejar que la calma te encuentre. Si aquietas tu mente, lo sagrado se reflejará en ti. Y en ese instante, te darás cuenta de que nunca estuviste separado del Tao: solo necesitabas ver con claridad. 🌕💧

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