La templanza: el arte de volver a tu centro y liberarte de las adicciones

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Todos buscamos sentirnos bien, tranquilos, plenos. Pero a veces ese bienestar lo intentamos encontrar afuera: en la comida, en el alcohol, en el celular, en el trabajo o en relaciones que solo nos vacían. Y lo curioso es que lo que de verdad necesitamos ya está dentro de nosotros. Se llama templanza, y es ese estado interno donde todo se equilibra, donde no hay carencia, donde puedes ver la vida con claridad y elegir conscientemente.

La templanza no es frialdad ni represión. Es un fuego suave y constante que no quema, pero ilumina. Es el punto medio entre la euforia y la apatía, entre el exceso y la carencia. Cuando estás en ese punto, no necesitas adicciones porque ya estás lleno. No buscas estimulación externa, porque la paz interna te da placer.

El equilibrio interior: la verdadera fuente de poder

Cuando logras estar en templanza, algo cambia profundamente: dejas de reaccionar y comienzas a actuar. Tus decisiones ya no nacen del miedo o del deseo impulsivo, sino de una sabiduría silenciosa que viene del corazón. Desde ahí se toman las grandes decisiones, se crean las grandes ideas y nacen los grandes proyectos.

Y sí, uno de esos grandes proyectos eres tú mismo(a). Reconstruirte no desde el dolor, sino desde el amor y la conciencia. Dios te dio un poder interno capaz de transformar cualquier sombra, pero solo puedes acceder a él cuando estás en equilibrio. Desde la templanza puedes mirar tus heridas sin juzgarte, tus errores sin castigarte, y tus sueños sin miedo.

Cómo mantener la templanza en la vida diaria

La vida, claro, no siempre es templada. A veces estamos tan fríos que nos apagamos: sin motivación, sin alegría, sin energía. Otras veces estamos tan calientes que explotamos: enojo, ansiedad, impulsos. La sabiduría está en saber regularnos, en “calentarnos” un poco cuando estamos fríos, y “enfriarnos” un poco cuando estamos muy calientes.

Un baño calientito, una siesta, un paseo tranquilo, una respiración profunda… son formas simples de volver a tu centro. También es válido el éxtasis —sí, el de verdad—: bailar, reír, hacer el amor, escalar una montaña, ir a un concierto, vibrar con un partido de fútbol… pero todo desde la conciencia. No desde el vacío que busca llenar algo, sino desde la plenitud que quiere expresarse.

Eso es templanza: poder disfrutar sin perderte, sentir sin desbordarte, vivir intensamente pero con presencia.

La adicción se disuelve cuando el alma se llena

Las adicciones no son más que un intento desesperado del alma por volver a sentir. Pero cuando aprendes a reconectar contigo, con tu respiración, con tu cuerpo, con tu fe, no necesitas anestesia. La templanza no se impone: se cultiva. Se alcanza cada vez que eliges conscientemente cómo reaccionar, qué sentir y hacia dónde dirigir tu energía.

Y aquí está la clave: cuando tú estás en tu centro, en tu templanza, no hay tentaciones. No porque desaparezcan, sino porque pierden poder. Ya no te dominan los impulsos, porque reconoces que tú eres más grande que ellos.

Vuelve a tu centro hoy

Cada día que eliges la calma sobre la reacción, estás construyendo tu libertad. Cada vez que eliges sentirte en paz sin depender de algo externo, estás cultivando tu poder. Y en tiempos donde todo parece diseñado para distraerte, volver a tu centro se convierte en un acto revolucionario.

Así que hoy, respira profundo, suelta lo que te jala hacia los extremos, y vuelve a tu templanza. Desde ahí, lo que decidas será lo correcto, lo que crees será duradero, y lo que vivas, estará lleno de sentido.

Porque cuando tu corazón está templado, ya no necesitas escapar de la vida… la abrazas.

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