Regresar al origen: el vientre como símbolo y la vida como misión

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Todos, en algún momento, hemos sentido el deseo de regresar a ese lugar perfecto donde todo parecía estar resuelto: el vientre materno. Ahí no existía la preocupación, el miedo ni el desorden de la vida diaria. Era como flotar en la paz más profunda del universo, sostenidos en un abrazo eterno. Y sí, es natural que queramos volver a ese estado de calma absoluta, porque forma parte de nuestra memoria más antigua.

Pero la verdad es que no nacimos para quedarnos ahí. Vinimos al mundo para ser testimonio viviente del poder creador de Dios, y lo hacemos a través de quienes nos trajeron a la vida: nuestras madres. Ellas son el canal por donde lo infinito se hace carne, donde la energía de la Creación se convierte en un cuerpo, en una voz, en una historia.

Mira a tu alrededor: cada persona que camina, ríe o sufre, cada ser humano que sueña, trabaja o ama, es la prueba irrefutable de que la vida no es un accidente, sino un proyecto divino. El útero es símbolo de seguridad, sí, pero el verdadero propósito es salir de él para construir, transformar y aportar algo único al mundo.

Volver atrás sería cómodo, pero nuestra misión es ir hacia adelante. La vida está diseñada para retarnos, para hacernos crecer, para mostrarnos que la misma fuerza que nos protegió en el vientre sigue acompañándonos en cada paso, solo que ahora se manifiesta en nuestras decisiones y acciones.

No olvidemos: nacimos en un tiempo y lugar precisos, no por azar, sino porque el mundo necesita nuestra chispa particular. Y aunque a veces la vida duela y anhelemos esa paz original, recordemos que ya no somos huéspedes de un vientre: somos creadores, constructores, sembradores de futuro.

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