¿Cuántas veces te has sorprendido criticándote frente al espejo o juzgando a alguien más como si tuvieras la autoridad absoluta de decidir su valor? Hazte esta pregunta: ¿acaso tú te creaste a ti mismo? ¿Diseñaste cada célula, cada pensamiento, cada emoción? No. Al igual que tú, todos somos fruto de una creación que nos sobrepasa. Y esa sola verdad nos invita a mirar la vida con un poco más de humildad y mucho más amor.
La tesis es sencilla pero poderosa: si no nos creamos, no tenemos derecho a despreciarnos ni a despreciar a los demás. La crítica y el juicio solo desgastan, mientras que la aceptación y el amor construyen. Mira a tu alrededor: el mundo no necesita más jueces, necesita más personas que comprendan, acompañen y valoren.
Ejemplos sobran. Piénsalo en algo cotidiano: una flor no se culpa por no abrir más rápido, ni un árbol juzga a otro por crecer más torcido. La vida simplemente se expresa. En cambio, nosotros, con todo nuestro supuesto “poder de conciencia”, a menudo nos volvemos verdugos de nosotros mismos y de quienes nos rodean. ¿El resultado? Más dolor, menos paz.
Todos hemos sentido el peso de un juicio injusto. Todos sabemos lo que duele la crítica sin compasión. Por eso, aceptar que somos creaciones hermosas no es un acto de arrogancia, sino de gratitud. Es reconocer que dentro de cada uno hay una chispa invaluable que merece respeto.
Aceptar y amar no significa quedarnos pasivos; significa empezar desde un lugar de luz. Cuando eliges amarte, tu energía cambia. Cuando eliges amar a tu entorno, tu perspectiva se expande. Y en ese instante, dejas de ser prisionero del juicio y te conviertes en un creador de paz.
El momento de hacerlo es ahora. No mañana, no cuando te sientas “perfecto”. Hoy es el mejor día para soltar la necesidad de juzgarte y empezar a mirarte como lo que eres: una obra de arte viva, en constante movimiento. Si el mundo necesita algo con urgencia, es más aceptación y menos crítica, más amor y menos condena. Y todo eso comienza contigo.





Deja un comentario