¿Y si un día te despiertas… y frente a ti está tu yo de 10 años?
Sí, tú, con tu cara redondita, los sueños intactos, las ganas de comerse el mundo, el corazón sin cicatrices…
¿Le podrías ver a los ojos sin que se te quiebre la voz?
Piénsalo por un segundo. Ese niño o niña no sabía de deudas, no conocía el peso del desamor, ni la frustración laboral, ni las noches donde uno no puede dormir porque la vida se siente demasiado grande… o demasiado vacía.
Pero sí sabía algo: quién quería ser.
Y tú, ¿todavía lo recuerdas?
El ejercicio que puede devolverte la brújula
Hoy quiero invitarte a hacer algo que te puede mover el alma, pero también ayudarte a recuperar dirección y fuerza interior.
Y no necesitas incienso, ni gurús, ni retiros en el bosque… solo necesitas un lápiz, una hoja y algo de valor.
Escribe una carta a tu yo de 10 años.
Sí, justo así. Escríbele como si ese niño o niña estuviera ahí contigo, esperando con ilusión saber qué fue de su futuro.
Dile qué ha pasado.
Cuéntale lo bueno, lo difícil, lo que dolió, lo que todavía sueñas, y sobre todo…
cuéntale si te estás convirtiendo en quien prometiste que serías.
Paso a paso para escribirle al niño que fuiste:
Busca una foto tuya de los 10 años. Sí, esa donde te veías feliz con tus dientes chuecos o tu corte de honguito. Mírala bien. Respira hondo. Haz silencio 3 minutos. Cierra los ojos. Imagina que estás justo ahí, en ese momento, en ese cuarto, en ese cuerpo. Siente qué deseabas, qué te emocionaba. Empieza la carta así: “Hola, pequeño (tu nombre)… Hoy vengo a contarte cómo ha sido nuestra vida…” No te mientas. No le maquilles la historia. Ese niño merece la verdad. Háblale como lo harías con tu mejor amigo: con amor, con honestidad, con ternura. Dile lo que has hecho bien. Y también dile lo que has pospuesto. Recuerda lo que él o ella quería ser. Escríbele qué ha pasado con ese sueño. ¿Lo estás viviendo? ¿Lo abandonaste? ¿Lo escondiste bajo una montaña de excusas? Haz un trato con él o ella. Cierra la carta prometiéndole algo. No algo grandote. Algo real. Algo que puedas cumplir. “Voy a retomar ese dibujo que dejé.” “Voy a inscribirme a clases de canto.” “Voy a dejar de tenerle miedo a mi propia voz.”
Lo que hace fuerte a tu espíritu no es cuánto aguantas, sino cuánta verdad puedes sostener con compasión.
Y esta dinámica no es para hacerte sentir mal por lo que no lograste.
Es para recordarte que aún puedes empezar.
Porque la parte tuya que quería cambiar el mundo, aún está viva.
Tal vez un poco callada, un poco cansada…
pero nunca vencida.
¿Y ahora qué?
Ahora ve y escribe.
No lo pienses demasiado.
No necesitas que suene perfecto. Solo que suene honesto.
Y si puedes, léela en voz alta.
Deja que tu corazón escuche lo que lleva años esperando oír.
Y cuando termines, si te nace, compártelo con alguien que también necesita recordar quién era a los 10 años.
Puede que ese gesto le salve el día.
O la vida.
¿Te atreves a escribirle a tu yo de 10 años?
Cuéntame cómo te fue. Te leo.




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