¿Te ha pasado que te cachas explicando de más?
“Es que yo solo quería ayudar…”
“Yo no tuve la culpa, lo que pasó fue que…”
“¡No me malinterpretes!”
…y acabas hablando más de lo que hiciste que de lo que realmente sientes.
Te entiendo, neta. Nos ha pasado a todos.
Pero… ¿alguna vez te preguntaste por qué sentimos la necesidad de justificarnos todo el tiempo?
Spoiler: No es por los demás. Es por nosotros.
El origen oculto de las justificaciones
Cuando nos justificamos una y otra vez, lo que en realidad estamos tratando de hacer es salvar la imagen que tenemos de nosotros mismos. Sí, esa que dice “yo soy buena persona”, “yo siempre actúo con buena intención”, “yo no me equivoco”.
El problema es que vivir así te vuelve un actor, no una persona auténtica.
Porque en lugar de sostener tus decisiones con firmeza (aunque te equivoques), empiezas a vivir a la defensiva, cuidando que no se rompa la máscara.
Y eso, compa, te aleja de tu fuerza, tu integridad y tu paz mental.
¿Qué hay detrás de cada justificación?
Una justificación muchas veces esconde:
Miedo a que no te quieran si te equivocas. Culpa por no haber actuado como “deberías”. Vergüenza por haber perdido el control. Inseguridad sobre lo que hiciste. Y en el fondo, fondo… una necesidad de ser aceptado sin condiciones.
Y aquí viene lo más duro:
Entre más te justificas, menos confiable pareces.
Porque no solo estás intentando convencer a los demás, también te estás tratando de convencer a ti mismo.
¿Entonces qué hago? ¿Me aguanto todo?
No.
Tampoco se trata de que ahora seas un témpano de hielo sin emociones.
La clave está en algo simple pero poderoso:
Actúa desde la conciencia, no desde la reacción.
Y si ya reaccionaste… pues entonces sostén tu decisión con valor.
¿Te equivocaste? Admite el error, con humildad pero sin rebajarte.
¿Hiciste algo que te dolió pero lo decidiste desde tu verdad? Sosténlo con dignidad.
¿Crees que el otro también tuvo parte? No acuses. Habla de frente, pero sin señalar con el dedo.
La gran oportunidad: ser tú, sin filtros
Mira… vivimos en un mundo donde todo mundo quiere quedar bien.
Pero tú no estás aquí para ser perfecto.
Estás aquí para ser real.
Y ser real significa que a veces vas a fallar. Que a veces te van a juzgar. Que a veces la riegas. Pero también que puedes mirar de frente, aprender, levantarte, y seguir creciendo sin tener que construir mil excusas.
Porque cuando dejas de justificarte, te haces más fuerte, más claro y más libre.
¿Qué prefieres?
¿Que te vean como alguien que nunca se equivoca pero vive escondido tras sus excusas?
¿O como alguien que puede equivocarse, pero tiene el valor de aceptarlo, aprender y transformarse?
El primero vive con miedo.
El segundo, con propósito.
Hoy te propongo algo directo:
Haz un trato contigo mismo.
Cuando sientas que vas a justificarte… detente. Respira.
Y pregúntate:
“¿Estoy tratando de proteger mi imagen… o estoy hablando desde mi verdad?”
Y si puedes, comparte este artículo con alguien que también ya se cansó de justificarse para todo.
Tal vez lo que necesitan no es una justificación, sino un abrazo y un:
“Está bien. No tienes que ser perfecto. Solo sé tú”.
¿Tú qué opinas?
¿Has sentido esa necesidad de justificarte?
¿Te ha servido hacerlo o te ha cansado?
Cuéntamelo en los comentarios o mándame mensaje. Te leo con el corazón abierto.





Deja un comentario