El día que tuve que despedirme de mi cuerpo (y aprendí lo que de verdad importa)

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Hace algunos años, viví una experiencia que, te lo juro, cambió por completo la forma en la que veo mi vida. Era un simple ejercicio de meditación, pero lo que experimenté me sacudió como nada antes.

Todo empezó con un túnel de luz. Bonito, ¿no? Pero de repente, estaba en mi propio funeral. Sí, mi funeral. Lo veía todo desde afuera, y te aseguro que no era nada agradable. Luego, como si eso no fuera lo suficientemente intenso, la tierra se abrió bajo mis pies y empecé a descender hacia un lugar donde había una luz brillante. Allí estaban seres esperándome, casi como viejos amigos. Todo parecía sereno hasta que una voz profunda y tranquila me dijo algo que me heló por completo:

—Despídete de lo que más amas.

Ahí empezó todo. Me despedí de mi familia, de mis amigos, de mis mascotas, de mi pareja. Fue duro, pero pensé: ok, lo entiendo, esto es la vida. Cuando terminé, la voz me volvió a interrumpir:

—¿Ya te despediste de todo lo que es importante para ti?

Sí, respondí. Pero entonces vino el golpe.

—Bien, ahora despídete de lo más importante en tu vida: tu cuerpo.

En ese instante, fue como si mi alma se separara de mi cuerpo. Desde arriba, me vi a mí mismo. Ahí estaba yo: frágil, vulnerable, lleno de cicatrices, pero increíblemente noble. Y algo se rompió dentro de mí. Todo este tiempo había dado por sentado que mi cuerpo estaba “ahí”, como un accesorio más, como si fuera un simple vehículo para moverme en este mundo. Pero, ¿sabes qué? No es solo eso. Es todo.

Me vi abrazándome, tocando mis ojos, acariciando mi piel, como si fuera un amigo del que nunca había sabido lo suficiente. Y lloré. Lloré como nunca en mi vida. En ese momento entendí algo que quiero compartir contigo: tu cuerpo no es solo un instrumento. Es tu compañero, tu refugio, tu casa. Es el único que va a estar contigo desde tu primer aliento hasta el último.

Entonces, le pedí algo a esa voz que me guiaba:

—No quiero despedirme aún. Quiero valorar mi cuerpo. Quiero amarlo, respetarlo, abrazarlo mientras lo tenga. Quiero cuidarlo como merece.

Y aquí estoy, cumpliendo esa promesa.

¿Qué podemos ganar y qué podemos perder?

Amar tu cuerpo no es algo superficial. No se trata de tener “el cuerpo perfecto”. Se trata de reconocer lo increíble que es, incluso con sus imperfecciones. Piénsalo: tu cuerpo te ha llevado a lugares, te ha permitido amar, bailar, llorar, comer tu comida favorita, abrazar a quienes amas. Cada día que eliges no cuidarlo es un día que te alejas de todo lo que puedes ganar: energía, salud, plenitud.

Por otro lado, ¿qué pierdes si sigues ignorándolo? Tiempo, calidad de vida, y sobre todo, esa conexión contigo mismo que es tan necesaria. Créeme, no quieres esperar hasta un momento de despedida para darte cuenta de lo que has tenido todo este tiempo.

Mi invitación para ti

No esperes a que una voz en una meditación (o la vida misma) te recuerde lo valioso que es tu cuerpo. Empieza ahora. Abraza tus cicatrices, ríete de tus “defectos”, cuida tu alimentación, duerme bien, muévete, escucha lo que tu cuerpo te dice. No se trata de obsesionarte con estándares, sino de agradecerle todos los días por todo lo que hace por ti.

Ama tu cuerpo hoy. Porque cuando llegue el día de despedirte de él, vas a querer hacerlo sin arrepentimientos, sabiendo que lo cuidaste como el regalo que siempre fue.

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