¿Sabías que lastimar a otro es como pegarte a ti mismo? Los kabbalistas te lo explican así (y aquí te explico cómo pedir perdón sin morir de pena)

Written by:

¿Te has dado cuenta de cómo a veces las cosas que hacemos, incluso sin querer, se nos regresan como un boomerang que ni sabíamos que habíamos lanzado? Bueno, aquí va un secreto que los kabbalistas han estado compartiendo desde hace siglos: cuando hieres a otra persona, en realidad te estás hiriendo a ti mismx. Sí, suena profundo, pero deja que te lo explique. Y agárrate, porque vamos a entrar un poco en ese rincón incómodo de nuestra mente.

“Todo está conectado, bro.”

Para los kabbalistas, el universo es como una enorme red de conexiones. Todos estamos unidos en esta gran telaraña cósmica (y no, no hablo de Internet, aunque la metáfora da para pensarlo). Cada cosa que hacemos afecta al resto de la red, y viceversa. Así que si empujas esa parte de la red donde está tu vecina, tu ex, o incluso el desconocido de la calle al que trataste mal, créeme, esas vibraciones te van a llegar de vuelta.

Y aquí va la parte heavy: cuando hacemos daño, aunque sea con palabras afiladas o con indiferencia calculada, esa energía negativa se queda con nosotros. Los kabbalistas lo explican diciendo que es como un reflejo; si echas veneno, en realidad ese veneno está también en ti. Entonces, lastimar a alguien es, básicamente, envenenarse a uno mismo. Ouch.

¿Te atreves a mirar hacia adentro?

A ver, hagamos un ejercicio. No te preocupes, no es de esos ejercicios que te hacen sudar. Solo cierra los ojos (si estás leyendo esto en un lugar seguro, obvio). Piensa en una persona a la que hayas lastimado. Sí, esa misma. No huyas ahora, el camino a ser un mejor tú comienza justo aquí. No importa si fue hace años o ayer, solo siéntelo. ¿Qué pasó? ¿Qué dijiste o hiciste?

Ahora, sin rodeos, siente el dolor que le causaste a esa persona. Ya sé, no es lo más divertido del mundo, pero necesitas conectar con eso. No para castigarte, sino para entender el impacto. Como si pudieras ver a través de sus ojos por un segundo, sentir lo que pasó por su mente y su corazón.

Y aquí viene el plot twist: en tu mente y corazón, pídele perdón. De verdad. Siente esa disculpa. No una de esas de “si te ofendí, lo siento” (spoiler: esas disculpas no funcionan). Hablo de un “sé que te dolió, y lo lamento de corazón”.

¿Un mensaje o no? Esa es la cuestión.

Ahora, si esto resuena contigo y sientes que sería adecuado, ¿qué tal contactar a esa persona y disculparte? Sí, puede dar mucha vergüenza. Sí, puede que ni te respondan. Pero, ¿sabes qué? Esa disculpa tiene poder. No solo para sanar la relación con esa persona, sino también para liberarte del peso de esa energía. Así que, si te parece apropiado, lánzate. Manda ese mensaje, escribe esa carta, haz esa llamada.

Lo más bonito de todo esto es que, al hacerlo, no solo ayudas a sanar a la otra persona, sino que tú también te liberas. Recuerda: en esta gran telaraña, sanar una parte hace que toda la red brille un poquito más.

Moraleja para llevarte al siguiente encuentro de café.

La próxima vez que sientas la tentación de actuar con ira, ego o simple descuido, piensa: “Si hago esto, me lo estoy haciendo a mí mismx”. No es cuestión de convertirse en un santo, sino de estar un poco más conscientes de lo conectados que estamos. Al final, se trata de vibrar en armonía, de ser un buen nodo en la red, y de recordar que cuando actuamos con amor, ese amor también regresa.

Así que ahí tienes. Si hieres, te hieres. Pero si sanas, sanas. Y qué bonito se siente sanar, ¿no crees?

Deja un comentario