Cuando hablamos de persistencia, todos pensamos en esa fuerza que nos hace levantarnos una y otra vez, a pesar de las caídas. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué es lo que realmente alimenta esa persistencia? La respuesta es simple y poderosa: la humildad.
Imagina la persistencia como un motor incansable. Para que ese motor funcione, necesita un combustible especial: la humildad. La humildad no es solo una cualidad más, es el ingrediente secreto que le da dirección y propósito a nuestra determinación. Es el socio silencioso que, aunque no se hace notar, está siempre presente, dándole fuerza y sentido a cada paso que damos.
Ahora, no confundamos humildad con debilidad o falta de autoestima. La verdadera humildad es mucho más que eso. Es modestia y reconocimiento. La palabra hebrea «hodaá» significa «agradecimiento» y de ahí se deriva la esencia de la humildad: reconocer nuestras fortalezas y admitir que son un regalo divino. Estas cualidades no nos pertenecen por completo; nos son dadas con un propósito más elevado que simplemente satisfacer nuestras necesidades personales.
Cuando reconocemos nuestra pequeñez, paradójicamente, es cuando nos damos cuenta del gran potencial que tenemos. Esta es la verdadera fortaleza de la humildad. Nos abre los ojos a lo que podemos llegar a ser, nos permite ir más allá de nuestros límites autoimpuestos.
La persistencia toma su energía de este reconocimiento. Cuando entendemos que nuestra fuerza proviene de un lugar más alto, somos capaces de resistir más allá de lo que creemos posible. Esta conexión nos da una parte de la infinita persistencia de lo divino.
Piénsalo así: una copa llena no puede recibir más. Si estamos llenos de nosotros mismos, no hay espacio para crecer. Pero cuando nos vaciamos y nos abrimos a algo más grande, nuestra capacidad de recibir y de expandirnos se multiplica. La humildad es la clave para esta trascendencia, para ir más allá de nosotros mismos y alcanzar nuevos niveles de conciencia y capacidad.
La humildad también es sensibilidad. Es esa sana vergüenza que sentimos cuando reconocemos que podemos ser mejores y que debemos esperar más de nosotros mismos. Aunque la humildad es silenciosa, no es un vacío. Es una expresión dinámica de vida que incluye cualidades como el amor, la disciplina, la compasión, la persistencia, la vinculación y la soberanía.
En resumen, la humildad es activa, no pasiva. No es solo un estado de ser, sino una interacción constante, incluso en su calma. Es una fuerza que nos impulsa a ser mejores, a persistir con propósito y a trascender nuestras propias limitaciones. Así que, la próxima vez que enfrentes un desafío, recuerda: la verdadera fuerza de la persistencia viene de la humildad.




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