Imagínate que estás ahí, extendiendo tu mano para ayudar a alguien. Lo haces desde el corazón, sin esperar nada a cambio, simplemente porque sientes esa conexión humana que te empuja a actuar. Pero, ¿alguna vez te has detenido a pensar si en ese acto de compasión, hay un poquito de ego rondando por ahí?
La compasión es uno de esos sentimientos poderosos que nos conectan con los demás a un nivel super profundo. Pero aquí viene el twist: para que esta compasión sea genuina y no una de esas que viene con etiqueta de «mira qué bueno soy», necesita un ingrediente clave: la humildad.
Hablar de humildad suena a que uno tiene que ponerse una túnica y hacer votos de silencio, pero no, es mucho más sencillo y cotidiano. La humildad en la compasión es reconocer que no somos superiores por el simple hecho de ayudar. Es ver al otro como igual, aunque esté en una situación diferente. Es entender que hoy por ti, mañana por mí.
Así que, cuando sientas ese impulso de ayudar, hazte unas preguntitas rápidas: ¿Estoy haciendo esto porque me siento superior? ¿Veo como inferiores a los que estoy ayudando? Si las respuestas te incomodan un poco, no te preocupes, es normal. La clave está en ser conscientes de estos sentimientos y trabajar en ellos.
Y ahora, te lanzo un desafío, el ejercicio del día: Practica la compasión de forma anónima. Sí, así como lo oyes. Haz algo bueno por alguien sin que nadie se entere, sin esperar un gracias o un aplauso. Esto no solo es un acto de amor puro, sino una práctica brutal para pulir esa humildad.
Al final del día, la compasión humilde no solo transforma a quienes reciben tu ayuda, sino que te cambia a ti. Te hace más humano, más conectado, más real. Y en un mundo que a veces parece girar en torno al ‘yo’, dar un paso hacia el ‘nosotros’ sin carteles ni reflectores, es revolucionario. ¿Te animas a intentarlo?




Deja un comentario