¡Qué onda! Hoy vamos a platicar de algo que, aunque suene paradójico, es real: la disciplina en la compasión. Sí, así como lo oyes. Para que la compasión sea realmente útil y no solo un desahogo emocional, tiene que ser un acto pensado, no solo algo que sale porque sí.
Imagínate que la compasión es como una medicina. No le das la misma cantidad a todo el mundo, ni a todos les das el mismo medicamento, ¿verdad? Pues la compasión es igual. Hay que saber cuánto, cómo y a quién darle esa ayuda que sale del corazón.
Y es que ser compasivo no significa solamente dar y dar sin pensar. A veces, ser realmente compasivo significa saber cuándo no actuar, cuándo la ayuda que puedes ofrecer en realidad no es lo que el otro necesita. A veces, dar demasiado puede ser más un problema que una solución, ¿no crees?
Piensa en esto: ¿alguna vez has sentido que eres más compasivo con gente que ni conoces que con tu propia familia? ¿O que a veces ayudas impulsivamente solo por sentirte culpable o por pena? Eso es lo que tenemos que revisar. La compasión debe ser equilibrada y verdaderamente enfocada en lo que el otro necesita, no en lo que nosotros necesitamos expresar.
Y claro, no podemos olvidar de cuidarnos a nosotros mismos en este proceso. No se trata de dar tanto a los demás que terminemos vacíos. ¿Has sentido que a veces otros se aprovechan de tu buena voluntad? Eso es algo que también debemos considerar.
Para el ejercicio del día, te invito a que muestres tu compasión de manera focalizada. Piensa en alguien específico que necesite algo que tú puedas ofrecer y hazlo de la mejor manera posible, pensando realmente en lo que esa persona necesita. No solo es cuestión de dar, sino de dar bien.
Recuerda, la verdadera compasión es inteligente, respetuosa y, sobre todo, muy, pero muy consciente. ¡Vamos a poner esto en práctica y a hacer la diferencia de una manera más sabia y considerada!




Deja un comentario