La disciplina es una herramienta poderosa que nos ayuda a mantener el rumbo y a alcanzar nuestros objetivos. Sin embargo, cuando esta se combina con la arrogancia, puede convertirse en una receta para el desastre. Los resultados de la disciplina sin humildad son claros: las mayores tragedias en la historia han ocurrido cuando las personas imponen su juicio desde una posición de superioridad, dañando a otros en el proceso.
Así que aquí viene la pregunta importante: ¿Soy arrogante en nombre de la justicia? Puede ser una reflexión incómoda, pero vale la pena hacerla. ¿Alguna vez sientes que te pones en un pedestal y miras a los demás desde arriba? ¿Crees que estás en una posición más elevada desde la que puedes dictar juicio sobre los demás? ¿Y qué hay de tus hijos, tus discípulos o las personas cercanas a ti?
Un verdadero juez, ya sea en la corte o en la vida diaria, debe ser humilde. Debe comprender que su posición no se trata de imponer su voluntad, sino de servir al universo que le otorgó el derecho de juzgar a Sus hijos. Esa humildad es crucial para asegurarse de que nuestras decisiones sean justas y libres de prejuicios.
Ejercicio del día: Antes de juzgar a alguien, pregúntate si lo estás haciendo desinteresadamente y sin prejuicios personales. Tomarte un momento para reflexionar antes de emitir un juicio puede hacer la diferencia entre un liderazgo positivo y un daño innecesario.
Recuerda que la disciplina sin humildad puede conducir a un ego descontrolado, mientras que la disciplina con humildad crea un espacio seguro para que todos puedan crecer y prosperar.




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