¡Hola a todos! Hoy quiero charlar un poco sobre un tema que, aunque suene un poco serio, tiene mucho jugo para exprimir: la compasión dentro de la disciplina. Sí, ya sé, suena a clase de filosofía antigua, pero ¿y si te digo que entender esto puede cambiar completamente cómo te enfrentas a tus días, especialmente a esos en los que sientes que todo es un caos?
Primero, hablemos un poco sobre qué es realmente la disciplina. Muchas veces pensamos en la disciplina como esa voz severa que nos dice «deberías hacer esto y no aquello», ¿verdad? Pero, ¿y si te digo que la verdadera disciplina debería ser como un amigo sabio que, desde el amor y no desde la severidad, nos ayuda a ser nuestras mejores versiones? Ese amigo sabe que tenemos un montón de cualidades y, en lugar de señalarnos con el dedo, nos guía para usar esas fortalezas y deshacernos de lo que no nos sirve.
Ahora, entra en juego un concepto aún más profundo: la compasión. La compasión es ese amor incondicional, ese que no está esperando que hagas algo impresionante para manifestarse. Es un amor que no necesita razones; ama porque sí, porque es un reflejo puro del universo y de nuestra conexión más auténtica con los demás y con nosotros mismos.
Cuando mezclamos compasión con disciplina, las cosas se ponen realmente interesantes. No se trata solo de seguir reglas o cumplir metas porque «debe ser así», sino de moverse a través de la vida con una especie de gracia, un fluir que nos permite ser firmes pero siempre desde el cariño y el entendimiento hacia nosotros y hacia los demás.
¿Cómo sé si mi disciplina es compasiva?
Aquí viene la parte divertida: pregúntate a ti mismo, ¿mi forma de auto-disciplinarme incluye compasión? Cuando no cumplo con mis expectativas, ¿cómo reacciono? Si lo hago con crítica dura y sin espacio para el entendimiento, quizás es hora de replantear cómo me estoy guiando.
Ejercicio del día:
Para poner en práctica esto, te propongo algo sencillo pero poderoso. Piensa en alguien a quien recientemente hayas reprochado o criticado (quizás incluso a ti mismo). Hoy, acércate a esa persona (o a ti mismo) con un gesto de compasión. Puede ser una palabra amable, un reconocimiento de sus esfuerzos, o simplemente un espacio para escuchar. Verás cómo esto no solo cambia tu día, sino que podría empezar a cambiar tu forma de interactuar con el mundo.
Así que, ¿listos para poner un poco más de amor incondicional en la disciplina de cada día? ¡Vamos a ello! Y recuerda, el universo nos ama sin razones; reflejemos eso en cómo nos tratamos a nosotros mismos y a los demás. ¡Hasta la próxima!




Deja un comentario