A menudo, en nuestro día a día, nos encontramos en situaciones donde las acciones de otros nos afectan negativamente. Puede ser un comentario fuera de lugar, un malentendido, o incluso un acto que consideramos injusto o dañino. En esos momentos, nuestra reacción instintiva podría ser de indignación o resentimiento. Sin embargo, ¿qué pasaría si cambiáramos nuestra perspectiva y nos pusiéramos en los zapatos de quien se equivoca?
Considerar el juicio del bien y del mal que formó a la otra persona al actuar es un ejercicio de empatía profunda. Todos actuamos bajo nuestra percepción de lo que es correcto, guiados por nuestras experiencias, educación y entorno. Esta idea nos lleva a una comprensión crucial: nadie actúa mal deliberadamente. La creencia en el error es una paradoja; si uno realmente creyera que se equivoca, no seguiría adelante con su acción. En su lugar, actúa bajo la convicción de que lo que hace es lo correcto, aunque desde otra perspectiva, esta pueda ser cuestionable.
Este principio de tolerancia y comprensión se refleja incluso en momentos históricos de gran división, como el ejemplo del monumento en Arlington para los soldados confederados. Aunque luchaban por una causa que la historia ha juzgado erróneamente, lo hacían bajo la creencia de estar cumpliendo con su deber según su entendimiento. Este recordatorio no busca justificar las acciones, sino subrayar la importancia de reconocer la sinceridad y la convicción detrás de las acciones humanas.
Imaginemos por un momento cómo cambiaría nuestra interacción con el mundo si viéramos las acciones de los demás como intentos honestos de hacer lo correcto, incluso cuando no estamos de acuerdo. Adoptar esta perspectiva no solo aboga por una mayor tolerancia y comprensión sino que también promueve una convivencia más armónica y respetuosa.
Ser capaces de perdonar o entender a alguien no implica necesariamente estar de acuerdo con sus acciones o perspectivas. Significa reconocer que, al igual que nosotros, están actuando según su mejor juicio en ese momento. Este enfoque no solo nos libera de la carga del resentimiento sino que también nos invita a una reflexión más profunda sobre nuestras propias acciones y juicios.
En última instancia, vernos reflejados en los errores y aciertos de los demás nos humaniza y nos recuerda nuestra propia fallibilidad. Al abrir nuestro corazón y mente a la comprensión de que «nadie actúa mal deliberadamente», nos atrevemos a cumplir con nuestro deber de ser más empáticos y compasivos, tal como lo entendemos.
Este ejercicio de empatía no es solo un llamado a la tolerancia, sino un recordatorio de nuestra capacidad para cultivar una comprensión más profunda y significativa de la naturaleza humana. En un mundo que a menudo parece dividido por diferencias irreconciliables, recordar nuestra capacidad común para el error, pero también para la comprensión, puede ser el primer paso hacia un diálogo más constructivo y respetuoso.




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