La Sabiduría de Guardar Silencio: Un Arte Olvidado

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En un mundo donde cada pensamiento, cada ofensa, y cada reacción se difunde con un clic, la idea de «sobre gustos no hay nada escrito» cobra un nuevo significado. Esta frase, que tradicionalmente se usa para hablar de la subjetividad de los gustos y preferencias, nos invita hoy a reflexionar sobre cómo reaccionamos ante las opiniones y acciones de los demás, especialmente cuando nos resultan ofensivas o desagradables.

La enseñanza que nos deja esta frase, y que personajes históricos como Abraham Lincoln supieron aplicar con maestría, es la del poder del silencio y la reflexión. Imagina por un momento a Lincoln, después de recibir un informe desfavorable o tras una discusión con uno de sus generales. En lugar de reaccionar impulsivamente, se sentaba a escribir una carta detallada, expresando todo su descontento, su frustración y su visión sobre el asunto. Pero aquí viene lo interesante: después de escribir esa carta, la guardaba en un cajón y nunca la enviaba.

Este acto, que podría parecer inútil a primera vista, es en realidad una lección profunda sobre el autocontrol y la importancia de no dejar que nuestras primeras reacciones nos dominen. Los antiguos kabbalistas también entendían este principio. Sabían que, aunque es fácil y tentador responder de inmediato y decir lo que pensamos, casi siempre terminamos arrepintiéndonos de esas palabras dichas en el calor del momento.

¿Cuántas veces hemos enviado un mensaje de texto, un email o hecho un comentario en redes sociales que luego deseamos poder retractar? En la era digital, donde todo se siente efímero y rápido, las palabras pueden tener un impacto duradero y, a menudo, devastador.

Lincoln y los kabbalistas nos recuerdan que, aunque no podemos controlar lo que otros dicen o hacen, sí tenemos el poder de controlar cómo respondemos. Guardar silencio, al menos inicialmente, nos da tiempo para reflexionar, para entender mejor nuestra propia reacción y para considerar las consecuencias de nuestras palabras antes de compartirlas con el mundo.

Este enfoque no significa que debamos reprimir nuestras emociones o que no debamos expresar nuestro desacuerdo. Más bien, sugiere que hay un momento y un lugar para todo, y que la respuesta impulsiva rara vez es la más acertada. Al optar por una pausa reflexiva, podemos transformar lo que podría haber sido un intercambio destructivo en una oportunidad para el crecimiento personal y, quizás, para el entendimiento mutuo.

Así que, la próxima vez que te encuentres a punto de reaccionar de manera impulsiva, recuerda a Lincoln y su cajón lleno de cartas no enviadas. Pregúntate si lo que estás a punto de decir (o escribir) es realmente necesario, si aporta algo positivo, o si simplemente estarías mejor guardándolo en el cajón de tu reflexión personal.

En conclusión, «sobre gustos no hay nada escrito» nos invita a valorar la diversidad de opiniones y a manejar nuestras reacciones con sabiduría y paciencia. En un mundo saturado de comunicación instantánea, el arte de guardar silencio y reflexionar antes de hablar se vuelve más relevante que nunca.

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