¡¡¡ Cero estrés, cero maldad !!!

¿Alguna vez te has preguntado qué pasa después de que la gente logra sus sueños más salvajes o se hunde en sus peores pesadillas? Bueno, la historia (y Marco Aurelio, ese emperador-filósofo que no necesitaba Instagram para ser influencer) tiene algo que decirnos al respecto.

Imagínate por un momento que has llegado a la cima del Everest de tus ambiciones. ¿Y luego? Marco nos da una pista: todo se convierte en humo, ceniza, y si tienes mucha suerte, en una leyenda que la gente olvidará después de dos temporadas de su serie favorita. Crudo, pero real.

Este tipo, que tenía más poder que un influencer en pleno Black Friday, se la pasaba recordándonos que, al final, todos terminamos igual. No importa si extendiste las fronteras de un imperio o si solo extendiste la mano para cambiar el canal de la tele; el tiempo no juega favoritos.

Marco Aurelio, en sus días sin Netflix, reflexionaba mucho sobre esto. Veía a personajes como Alejandro Magno, que no solo quería un pedazo de pastel, sino toda la pastelería, y al final, ¿dónde terminó? En el mismo metro cuadrado de tierra que el señor que cuidaba sus mulas. Ironías de la vida.

Aquí viene la moraleja de nuestro buddy, Marco: estamos aquí de paso, en una especie de Airbnb planetario, y no tiene sentido pasarla mal por cosas que, a la larga, van a ser menos recordadas que la contraseña del Wi-Fi de tu vecino.

Entonces, ¿qué nos queda? Vivir este ratito que estamos por aquí sin dejarnos llevar por el odio, la ira, o esa obsesión por sacar la foto perfecta para las redes. Al final del día, la única cosa que realmente importa es si disfrutamos el viaje, no cuántos likes consiguió nuestra última publicación.

Así que la próxima vez que te sientas abrumado por el deseo de ser recordado, piensa en Marco y sus reflexiones. Tal vez, solo tal vez, lo más importante sea hacer ese castillo de arena sabiendo que la marea vendrá, pero disfrutando cada momento de su construcción.

Y recuerda, la única carrera que realmente importa es la que hacemos hacia ser una mejor versión de nosotros mismos, no hacia la cima de alguna montaña de expectativas. Después de todo, al final del juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja.