Ehécatl | viento

El viento que nos permite respirar y acaricia nuestros rostros trae mensajes de regiones lejanas. Podemos aspirarlo, reconocerlo, deleitarnos y retenerlo unos instantes.

Ese aire siempre habrá de salir, volverá a convertirse en viento y se alejará. Siempre se va.

Los mexicas construyeron pirámides y templos dedicados al dios Ehécatl, que tenían una característica única: eran circulares.

A diferencia de la gran variedad de pirámides de esquinas agudas y cortantes, los templos redondeados tenían como fin que cuando la deidad soplara por su casa, esta no sufriera daños, porque el aire siempre esta de paso, nunca se queda.

En ocasiones, los mexicas temían al aire porque traía cosas malas de otros lugares como polvo, humedad, polen, olores fétidos y suciedad, los cuáles podían enfermarlos. Este era un aire que debían dejar pasar rápidamente. Retenerlo en los pulmones o en el interior de sus casas era dañino.

En cambio, el mismo traía aromas perfumados de flores que avisaban de la llegada de la primavera, el olor del maíz maduro que anunciaba una buena cosecha, la fragancia de las frutas que garantizaban el alimento. Con todo, ese aire también se va.

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