
1. El ser no espiritual vive exclusivamente dentro del marco de los cinco sentidos, en la creencia de que si no puede ver, tocar, oler, oír o gustar algo es que ese algo no existe.
El ser espiritual sabe que, más allá de sus cinco sentidos físicos, hay otros sentidos con los que se puede experimentar el mundo de la forma.
A medida que trabajas para convertirte en un ser espiritual al mismo tiempo que un ser físico, empiezas a vivir de manera cada vez más consciente dentro del reino invisible.
Aun cuando no seas capaz de percibirlo a través de uno de los cinco sentidos, sabes que eres un alma con un cuerpo y que tu alma carece de límites y desafía al nacimiento y a la muerte. No se rige por ninguna de las reglas y normas que gobiernan el universo físico.
2. El ser no espiritual cree que estamos solos en el universo. El ser espiritual sabe que no está nunca solo.
Un ser espiritual se siente cómodo ante la idea de tener a su disposición en todo momento maestros, observadores y guía divina. Si creemos que somos almas con cuerpo y no cuerpos con alma, siempre podremos recurrir a la parte eterna e invisible de nuestro ser en busca de ayuda.
Para el ser no espiritual, Aparecemos sobre la Tierra, tenemos una sola vida que vivir y nadie tiene espíritus ni dentro ni fuera a los que recurrir. Para el ser no espiritual es éste un universo puramente físico, y el propósito consiste en manipular y controlar el mundo físico de todas las maneras posibles.
El ser espiritual ve en el mundo físico un campo donde crecer y aprender, con el propósito específico de servir y evolucionar hacia niveles más elevados de amor.
3. El ser no espiritual se consagra al poder exterior.
El ser espiritual se consagra a la adquisición de poder interior.
El poder exterior se halla en el dominio y en el control sobre el mundo físico. Es el poder de la guerra y del poderío militar, el poder de las leyes y de las organizaciones, el poder de los negocios y de los juegos de Bolsa.
Es el poder de controlar todo cuando es externo a uno mismo. El ser no espiritual se consagra a este poder exterior.
El ser espiritual, en cambio, se consagra a elevarse él y elevar a los demás a niveles cada vez más altos de conciencia y realización. El uso de la fuerza sobre otro no entra dentro de lo posible para este ser espiritual. No está interesado en acumular poder, sino en ayudar a otros a vivir en armonía y a experimentar la realidad mágica. Se trata de un poder del amor, de un poder que no juzga. No hay en este poder hostilidad ni ira. El fin está en capacitarse realmente para saber que se puede vivir en el mundo con otros que tengan diferentes puntos de vista y no tener necesidad de controlarlos o vencerlos para hacer de ellos sus víctimas. Un ser espiritual conoce el enorme poder que representa la capacidad de manipular el mundo físico con la mente. Una mente en paz, una mente centrada y no consagrada a hacer daño a los demás es más fuerte que ninguna fuerza física del universo. Toda la filosofía del aikido y de las artes marciales de Oriente se basa no en el poder exterior sobre el contrario, sino en convertirse en uno con esa energía externa a fin de eliminar la amenaza. Adquirir poder es el gozo interior de saber que la fuerza exterior no es necesaria para estar en armonía con uno mismo.
El ser no espiritual no conoce otro camino. Hay que estar constantemente preparado para la guerra. Aun cuando los líderes espirituales a los que a menudo rinden pleitesía se manifiesten en contra de ese empleo del poder, el ser no espiritual es incapaz de ver otra alternativa.
El auténtico poder consiste en rendirse a aquello que hay de amoroso, armonioso y bueno en nosotros y no permitir la presencia de enemigos en nuestra conciencia. Se trata de una concordancia con el alma, una concordancia que es nuestra razón misma para estar aquí.
Una vez no necesites ya dominar a los demás, adquirir más posesiones o controlar el entorno que te rodea habrás desplazado tu interés desde el poder exterior al poder interior. Verás que el tener poder interior no te reduce en modo alguno al servilismo ni a ser víctima de los demás. Muy al contrario. Verás que ni siquiera percibes a los demás como agresores potenciales. Rechazarás esas amenazas y, de hecho, ni siquiera las percibirás como tales. Además, la ausencia de la necesidad por tu parte de demostrar cuán grande es tu poder te dará la oportunidad de dar poder a otros.